No me busques.
Y es que en las esquinas
que llevan tu nombre
ya no tiritan los atardeceres,
sólo muerden.
Que no sé qué es peor.
Acunan al insomnio
y descalabran cualquier signo de nostalgia.
Ella siempre vuelve.
Llega con todas sus cosas,
las revuelve y las vuelve a revolver.
Se cansa de si misma,
de tantas medias verdades,
de tantos malos recuerdos,
de tantas noches en vela
-mis ojeras aún la recuerdan.-
Y se tumban en la cama, agotadas.
Mis penas y mis ganas,
que ahora deben estar follándose.
Que de amor no saben,
que de amor no duelen,
que de amor no quieren.
Por eso no me busques.
Y es que en las esquinas
que llevan tu nombre
está lloviendo
y no estás tú
para hacerme tiritar en ellas.
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