dissabte, 9 de novembre del 2013

Y al fin se iba a la cama

La luna la iluminaba. Me acerqué unos metros más y la luz de las farolas empezó a ser más intensa, la ciudad me saludaba de espaldas. Se escuchaba un ronroneo persistente, como ausente, de los motores de los coches, y a lo lejos una sirena. Y otra. Y otra. Una pareja caminaba delante de mí, cogidos de la mano, que buscando tranquilidad esperaban que un banco les dijera que se sentaran en él. De golpe se paraban, se miraban y se sentaban, confirmando mis sospechas.
A medida que me acercaba más al centro empezaba a sentirse el murmullo de gente. Y los coches. Coches obedeciendo a semáforos incansables. Todo el mundo volvía a casa. Caras cansadas que abandonaban su trabajo, otras de felicidad por terminar de una vez el día.
Los edificios difuminados ahora se veían con nitidez y cada vez había más ventanas encendidas. Me gustaba pasar por las calles y ver cerrar las luces de las tiendas, escuchar las persianas bajándose, y justo delante alguien abriendo la puerta de su portal. Me perseguían con miradas despreocupadas, cocinaban, miraban la tele... ¿Y qué hacía yo paseando justamente en ese momento? Pues eso. Observar como mi ciudad se lavaba los dientes, le leían un cuento y al fin se iba a la cama. 

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